La pandemia nos ha empujado a recuperar lo público del espacio. Si bien el virus nos obligó a voltear hacia adentro y a la vez reconvertir infraestructuras existentes, también nos permitió visualizar los espacios que alguna vez cedimos al automóvil o al consumismo voraz. ¿Cuánto durará la sacudida por el encierro y la contingencia sanitaria en las ciudades? ¿Cómo recuperamos la densidad de experiencias para situarnos por encima de la densidad edilicia? Ni las Pistas falsas de Néstor García-Canclini y sus futuros distópicos avizorarían un escenario como el actual.
Podríamos pensar que la conciencia urbana es secundaria ante la crisis humanitaria que sigue latente pero tal vez sea momento de rehabitar la preexistencia desde otro binomio. En una década, la población de nuestro país pasó de 112 a 126 millones, de acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 recientemente publicado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Se trata de un aumento de 1.2% anual que muestra una baja con respecto al 1.4% reportado entre 2000 y 2010 siendo Quintana Roo, Querétaro, Baja California Sur, Nuevo León y Aguascalientes los estados con mayor crecimiento medio al año.
La Ciudad de México es la que mostró un menor crecimiento de sus habitantes (0.4%) y, a pesar de ello, las entidades con mayor número de habitantes siguen siendo el Estado de México (17 millones), la Ciudad de México (9.2 millones), Jalisco (8.3 millones), Veracruz (8 millones) y Puebla (6.6 millones). Estas cifras permiten dimensionar nuestro territorio compartido. En suma, la Ciudad de México y el Estado de México reúnen 26.2 millones de habitantes, es decir, 22.7 por ciento del total del país. Los datos demográficos contribuyen de manera importante para planear nuestros territorios asertivamente pues son el fundamento de su planeación.
El INEGI contabilizó 35 millones 219 mil 141 hogares censales, definidos como unidades formadas por una o más personas, vinculadas o no por lazos de parentesco, que residen habitualmente en la misma vivienda particular. ¿Cómo rehabitaremos la preexistencia urbana post-COVID-19? Y aunque sigamos en plena pandemia, ¿cómo se prevé nuestro futuro urbano?
En Ciudad Resiliente: Retrospectiva y Proyección de una Ciudad (In)Vulnerable, la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil de la Ciudad de México refiere que nuestra planeación requiere urgentemente:
- La elaboración y puesta en vigor de la planeación urbana con base en la aptitud territorial para el desarrollo urbano.
- La aplicación de estudios de impacto urbano en proyectos grandes que establecen los parámetros de resiliencia aceptados para la ciudad en términos urbanos, ambientales y de suficiencia de agua, además de la seguridad y la prevención de riesgos a través de la regulación del desarrollo urbano.
- La prevención de desastres a través de la regulación del uso del suelo.
La Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), sin límites geopolíticos, es uno de los territorios en el mundo cuyo origen hídrico y orográfico es prácticamente irreconocible. Si bien las ciudades se han construido como palimpsestos de capas sobrepuestas, la ZMVM ha erosionado nuestras dos constantes en diatriba permanente: agua y fuego.
Nuestra ciudad se encuentra sumergida en la región sur-oriente de la Cuenca de México, es decir, en una olla exprés con sedimentos y regiones lacustres con volcanes que aún exhalan bajo tierra. En su origen, 48 lagos sumaban una superficie de 2,000 kilómetros cuadrados con alturas de 50 a 80 centímetros de profundidad y que actualmente alcanzan más de 40 kilómetros cuadrados entre Xochimilco, Chalco y Texcoco. Mientras tanto, sólo entre la Sierra de Santa Catarina y el Corredor Biológico Chichinautzin yacen más de 25 elevaciones que rodean y subsisten entre construcciones.
Hemos perdido nuestra visión de horizonte compartido entre ambas condiciones naturales. Nuestra visualidad se ha reducido por el confinamiento y vivimos limitados a un campo visual que limita nuestra percepción del valle repleto de discontinuidades –y desigualdades– en donde existieron lagos y volcanes activos que apenas reconocemos.
Dr. Atl exploró la ciudad a partir de la idea de Aeropaisaje, una técnica con la cual logró pintar nuestro entorno natural desde perspectivas inéditas: “todo ha cambiado. Los horizontes se ensanchan; las arrugas de la Tierra se empequeñecen; la masa de un objeto se aplasta; los valles giran; las montañas que nos parecían enormes son en realidad objetos de porcelana azul sobre la cubierta arrugada de una mesa”.
Así también lo entendió Octavio Paz en México: ciudad del fuego y del agua: “agua y fuego son símbolos dobles: la primera quiere decir fertilidad y vida pero también muerte por inundación; el segundo es el origen de la industria humana y asimismo de la guerra y el incendio. Separados, son destrucción; unidos, creación. La desmesura los transforma en agentes de muerte; el equilibrio, en fuentes de vida. La fusión del principio solar (fuego) y el terrestre (agua) se convirtió en el emblema de la nación azteca. Más que un símbolo fue un arquetipo, un modelo para la sociedad y los individuos”.
En las últimas dos décadas, la superficie creció a un ritmo tres veces superior al de su población alcanzando 7 mil 866 kilómetros cuadrados, de los cuales 60% son áreas con Suelo de Conservación, Áreas Naturales Protegidas y Áreas de Valor Ambiental en riesgo latente de ocupación ante el desbordamiento de la periferia. Más allá de las buenas intenciones de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS), los ejes del Plan General de Desarrollo de la Ciudad, las funciones del incipiente Instituto de Planeación Democrática y Prospectiva de la CDMX, el prometido Plan de la Ciudad de México hacia el 2040 requeriría:
- Visión metropolitana de ciudad.
- División territorial emancipadora.
- Estrategia de movilidad interestatal.
- Impulso, renovación y ampliación del transporte colectivo (Metro, Metrobús, RTP).
- Incentivos y esquemas urbanos para el desarrollo de parques, plazas públicas y jardines.
- Replanteamiento de zonas especiales de desarrollo controlado, sistemas de actuación por cooperación y corredores para el desarrollo sostenible.
- Protección del patrimonio artístico inmueble a través de propuestas de conservación, rehabilitación y reactivación de preexistencias históricas.
- Igualdad territorial, social y de género.
La configuración de la ciudad no sólo obedece a la planeación en damero o zoning urbano, así como el equista como figura fundacional de las ciudades griegas y romanas, tal vez lo que necesitamos es una visión antes de ser piedra, cemento o ladrillo, la ensoñación de una ciudad que desentierre nuestra memoria hídrica y tectónica.