De un vidrio roto a una comunidad rota
En 1982, en el número de marzo de la publicación The Atlantic Monthly, James Q. Wilson y George L. Kelling, un politólogo y un criminólogo, publicaron por primera vez la teoría de las ventanas rotas, que en pocas palabras sostiene que si hay un vidrio roto en la ventana de un edificio y nadie se ocupa de repararlo, en poco tiempo todas las ventanas del edificio estarán rotas también. Esto significaría que el deterioro de los espacios públicos en una comunidad que visiblemente nadie se encarga de atender ni reparar puede derivar en abandono, inseguridad y descomposición social. Para evitarlo, la idea es simplemente arreglar los problemas cuando aún son pequeños.
Esto fue llevado a la práctica por primera vez en 1984 con el firme propósito de recuperar el metro de Nueva York, que en ese entonces se había convertido en uno de los espacios más inseguros de la ciudad. Con George L. Kelling como consultor, la estrategia del Departamento de Tránsito de Nueva York consistió principalmente en enfocarse en eliminar el grafiti estación por estación, vagón por vagón. Este mantenimiento constante, que duró de 1984 a 1990, finalmente obtuvo resultados, la tasa de criminalidad descendió y el metro volvió a ser un espacio seguro para la comunidad.
Esta teoría constituye un gran ejemplo práctico de cómo la reapropiación de los espacios públicos y el rescate de vecindarios representan una solución a problemáticas sociales muy específicas.
Planificación urbana para crear ciudades más seguras
La recuperación de espacios ha sido mundialmente empleada como una estrategia para combatir o prevenir la inseguridad y violencia. En el Foro para la Coordinación de Prevención de Seguridad Ciudadana de Tijuana, celebrado en 2012, Diane Davis, filósofa y catedrática en urbanismo y desarrollo en la universidad de Harvard, compartió los hallazgos de una extensa investigación para estudiar la resiliencia a la violencia en siete ciudades alrededor del mundo: CDMX, Medellín, Managua, Sao Paulo, Nairobi, Kigali y Johannesburgo. Cada ciudad tiene problemáticas sociales únicas de acuerdo al contexto histórico, geográfico, étnico o económico, con lo cual no existe una estrategia general para reducir la violencia, pero sí es posible explorar principios generales que se puedan comparar con estudios transversales para detectar estrategias de acción y explorar opciones para que la comunidad encuentre un estado de bienestar a pesar de ellas. Davis detalló cómo la reapropiación de espacios y la planeación urbana han sido clave para la disminución de las diferentes violencias y problemas de inseguridad que enfrentaban las ciudades, sin embargo, de acuerdo a lo observado es necesario que esta recuperación se realice de manera equilibrada en términos de participación. A este respecto ahondó lo siguiente durante su conferencia magistral:
Cuando hablamos de desarrollo urbano pensamos en invertir más dinero en una comunidad, pero si no se toma en cuenta el contexto el fracaso es inminente como ocurrió en Sao Paulo: el gobierno local trabajó con la iniciativa privada para construir un nuevo centro comercial bajo la idea de que las reactivación económica aumentaría la seguridad y vigilancia de la zona. Sin embargo, debido a la forma en la que fue diseñado y construido, el mismo centro comercial se convertía por las noches en un excelente espacio para traficar drogas y terminó por ser un nuevo foco de inseguridad. Es muy importante entender que, en este caso, el contratista, los desarrolladores y en general los tomadores de decisiones no sólo eran ajenos a la comunidad, sino que además no involucraron a los vecinos de ninguna forma, ninguno fue consultado, no se profundizó en las dinámicas sociales específicas de la zona y encima los comercios locales fueron desplazados, por lo que la comunidad quedó sin recursos propios y con un nuevo problema de inseguridad. En conclusión, invertir en una zona no asegura la generación de resiliencias que mantengan a las comunidades comprometidas y orgullosas de su espacio. Por otro lado, es interesante el ejemplo de Medellín porque se trató de un estudio espacial y no sólo sectorial. Planificadores y arquitectos colaboraron con los trabajadores sociales para invertir en infraestructura y programas sociales enfocados a nivel comunitario. Esto fue un factor fundamental para el cambio que atravesó la ciudad, ya que, como es sabido, fue una de las urbes con uno de los índices de violencia y criminalidad más altos del mundo. Conocer bien el contexto fue primordial para el éxito del proyecto: antes de todas las intervenciones que permitieron progresar en términos de seguridad y desarrollo a Medellín hubo negociaciones entre el gobierno y los paramilitares, lo que permitió la inversión y la nueva estructura urbana; y por otra parte, todo el tiempo hubo mediación entre ciudadanos y organizaciones durante los proyectos de infraestructura y desarrollo social. La ciudad presentó una forma de presupuesto participativo a nivel local y después de varios años de intervención, cambiaron las dinámicas de los vecindarios. No se trata solamente de acercar la inversión, sino de lograr la participación de la comunidad para hacer estos espacios realmente funcionales y que no sean simplemente obras monumentales de arquitectos reconocidos.
Para Davis, el caso de la Ciudad de México también fue notable. No hace mucho aún prevalecía la idea en el país, quizá con razón de sobra, de que el entonces Distrito Federal era una zona de alto riesgo y se hablaba popularmente de no visitarla a menos de que fuera estrictamente necesario. En contraste, hoy la CDMX es una de las ciudades más seguras del país. La implementación y apertura de espacios recreativos y turísticos en el centro histórico sin alterar el contexto reforzaron las conexiones y estrategias de resiliencia dentro de los vecindarios. Es conocido que la iniciativa privada también formó parte importante de la rehabilitación y rescate del centro histórico, destacando sobre todo en la preservación de edificios históricos, como el Palacio de Iturbide, que actualmente sigue contando con el patrocinio de lo que fue hasta hace poco el Banco Nacional de México. Sin embargo, la estrategia original era usar fondos del gobierno de la ciudad, pero el verdadero éxito del proyecto dentro de la comunidad se debió a que los vecinos se hicieron responsables de administrar un porcentaje de esos recursos. Las iniciativas de recuperación espacial pueden venir desde el gobierno pero es necesario involucrar a la comunidad; así como las iniciativas que parten enteramente de una comunidad deben escalarse a nivel de gobierno local. Es indispensable estrechar vínculos y generar conexiones constantes entre comunidad, gobierno y organizaciones para construir comunidades más prósperas y seguras.
De la recuperación de espacios a la gentrificación
Es inevitable que la rehabilitación de los espacios públicos atraiga más inversión y otros capitales además del económico. Los beneficios destacan a simple vista: existe una mayor derrama económica, se genera una revaloración de barrios tradicionales y se preserva el estado del patrimonio cultural y arquitectónico al rehabilitar edificios históricos. Por lo general, lo que sigue a continuación de cambiarle la cara a un barrio es la llegada de nuevos habitantes motivados por el resultado de dicha intervención. La restauración de arquitectura clásica previamente desvalorizada, por ejemplo, propicia espacios públicos con potencial turístico y de explotación comercial.
Esta revaloración de vecindarios que anteriormente eran considerados viejos y decadentes permite que personas con mayor capital económico y cultural se interesen por habitar en ese espacio. Un ejemplo inmediato es la migración de comunidad artística y creativa a un vecindario bohemio que se ha puesto chic. La incorporación de capital intelectual aporta un valor adicional a las mejoras espaciales por las que ya atravesó el barrio. La oferta cultural de la zona se incrementa, se inauguran galerías, comercios hiperespecializados, lugares de reunión y recreación pensados para acoger a ese gremio y pronto todo el espacio en el vecindario comienza a ser inaccesible para los habitantes originales de esa zona, quienes final y paradójicamente serán desplazados y marginados a comunidades periféricas, por lo que difícilmente podrán disfrutar plenamente de las mejoras y la oferta de capital cultural y recreativo en su barrio rehabilitado.
Este fenómeno se conoce como gentrificación. Se sabe que este término, bajo el sentido en el que es actualmente usado, fue acuñado por la socióloga británica Ruth Glass e introducido por primera vez en la década de los setenta para hacer alusión a la sustitución de la población y el aburguesamiento de sectores urbanos, específicamente algunos barrios de clase obrera cercanos al centro de Londres que fueron invadidos por personas de clase media, quienes rehabilitaron edificios y viviendas deteriorados y con ello, elevaron su valor provocando la expulsión de las clases obreras que originalmente vivían ahí. En el término hay también un dejo de ironía, pues es un derivativo de gentry, que alude a una burguesía rural típicamente británica.
En el libro Gentrificación. Capitalismo cool, turismo y control del espacio urbano (Catarata, 2020), Jorge Sequera Fernández acota que “se da en áreas urbanas afectadas por una desinversión previa que deja vecindarios lucrativamente atractivos para el proceso de renovación. Inicialmente afecta a barrios obreros en declive y su mecanismo central es el rent gap o diferencial de renta: cuando los barrios sufren desinversión, baja la renta del suelo y por ende bajan los precios de compra y alquiler de inmuebles. A medida que continúa la desinversión, el abismo que separa la renta del suelo en la zona de la renta de suelo que podría obtenerse en caso de renovación crece hasta el punto de que la reinversión comienza a ser rentable.” La especulación, la mercantilización y la depredación inmobiliaria, además de otros derivados como la turistificación y el city branding, son en gran medida las causas principales del desplazamiento de la población.
Con relación al city branding, Luis Ángel Flores Hernández, doctorante en urbanismo y arquitectura por KU Leuven, Bélgica, detalla que “es una herramienta que intenta articular los espacios físico-sociales de la ciudad y su cotidianidad con las lógicas del mercado. Se ocupa primeramente de la construcción de una ciudad-como-imagen; escondiendo las contradicciones sociales (tales como la pobreza y marginalidad) para atraer de manera más eficiente al capital. La estrategia del branding, por una parte, normaliza una concepción empresarial de que la producción del espacio y la ciudad es únicamente el quehacer de un consorcio (con sus respectivas estructuras gerenciales), y da por sentado que el valor de cambio y la inversión es lo único que se debe perseguir en las políticas públicas.”[1]
Nueva planeación urbana y alternativas de vivienda
La brecha de desigualdad se vuelve más profunda cuando la población desplazada de un barrio gentrificado encuentra alternativas de vivienda únicamente en zonas periféricas, con infraestructura insuficiente y poca movilidad social. Programas de vivienda como los que se implementaron durante el sexenio de Vicente Fox también contribuyeron a que esta brecha fuera más evidente, pues el modelo consistía en levantar enormes fraccionamientos segregados social-espacial y políticamente del resto de la ciudad. Ante estos casos, Diane Davis subraya la importancia del diseño urbano: “Se construyen hogares en las periferias, marginados de cualquier aspecto que hace a una ciudad vibrante. Se invierte siguiendo la lógica del mercado, la tierra es mucho más barata. Tal vez los motivos sean lógicos, pero con ello los gobiernos condenan a estos vecindarios, al aislarlos de las zonas con oferta comercial, social y cultural.”
El reto principal para todos los actores involucrados es lograr la integración de estas comunidades con el resto de la ciudad, construir ciudades duales contradice los principios fundamentales del diseño urbano, es posible afirmar incluso que constituye un ejercicio de antiurbanismo.
No existe como tal una gentrificación ética, sin embargo, es cada vez más visible la preocupación por minimizar las consecuencias de este fenómeno y sus derivados y tomar acciones. En varias ciudades de Europa, por ejemplo, se han impulsado interesantes políticas para contrarrestar la gentrificación a partir de iniciativas que involucran la cooperación de autoridades públicas, ciudadanía y movimientos sociales, como las cooperativas de vivienda y el límite del precio del alquiler en Berlín[2], la activación de espacios sin uso en Milán[3], la co-gestión del espacio público en Nápoles.[4]
En París también ha ocurrido un fenómeno interesante, pues se ha dado una gentrificación a la inversa, en la que las clases media y alta han abandonado voluntariamente los distritos del centro y se han desplazado a zonas rurales en busca de una mejor calidad de aire y de vida, conservando su actividad laboral en los distritos centrales gracias al eficiente sistema de metro y trenes de cercanía. Además se promueve la construcción de complejos de viviendas de interés social en los distritos centrales. A excepción de los barrios más burgueses, París ostenta un buen nivel de mixité debido a que existe una diversidad de ofertas de viviendas y servicios a pesar de los altos precios.[5]
A partir de años recientes, el gobierno en México ha buscado involucrar a la población en ciertas tomas de decisiones relativas a planes y desarrollos urbanísticos y se han sometido a consulta. Gracias a ello se han generado procesos de repolitización a diferentes escalas, asociaciones de vecinos que llevan a cabo acciones colectivas y alianzas con otros movimientos que pugnan por objetivos comunes en contra de la privatización de espacios y servicios públicos o impidiendo la irrupción de enormes complejos y torres en sus vecindarios.[6]
Todos los gobiernos requieren de una participación ciudadana y eso es maravilloso, pero es sumamente importante separar la participación ciudadana de la autonomía comunitaria” —puntualiza Diane Davis a este respecto. “En la participación ciudadana el gobierno establece las reglas del juego y los ciudadanos se ubican en esas estructuras institucionales. En ocasiones esto da buenos resultados, pero resulta más interesante la toma de decisiones a partir de la agenda de los ciudadanos. Los funcionarios van y vienen pero la comunidad se queda y necesita organizarse.
Para ello sería indispensable pensar en la educación como una estrategia de acción. Todos necesitamos saber cómo funcionan las ciudades grandes, cómo se toman las decisiones, cómo funcionan los vecindarios y cómo dejan de funcionar. La planeación urbana requiere involucrar a quienes viven las ciudades, brindar herramientas y conocimiento a la comunidad para diseñar mejoras o hacer cambios a partir de su experiencia y necesidades específicas.