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El arte de caminar en medio de una pandemia

Luis Adolfo Ortega Granados

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¿Cómo mejorar la movilidad durante la pandemia? Hay que preguntar a las personas.

Su vegetación de cuadrícula grande es el cuchillo de nuestra nostalgia. La sobreviven animales fantasmas. Su lenguaje es la oquedad del lenguaje y la aparición de un idioma imposible. No puede describírsela, es inútil. Sólo podemos sentirla en los límites de la incoherencia, donde la zona de la locura nos atrae y nos lanza melodías idiotas y bellas.

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Estas palabras que en 1986 Guillermo Samperio dejara plasmadas en su libro Gente de la ciudad, hoy, con la presencia del COVID-19, parecen una expresión profética que nos sitúa en la incertidumbre, pues este virus ha traído cambios totales en nuestro quehacer cotidiano que no logramos acabar de identificar en nuestro presente y menos aún visualizar en un futuro posible. Desde el 23 de marzo de 2020, día en que comenzó el confinamiento en México, hemos transformado nuestra noción de encuentro; quedarse en casa significa menos espacio público y más espacio virtual, pero somos miles quienes no hemos dejado de salir. Estamos experimentado lo que involuntariamente nos advertía Samperio: “la oquedad del lenguaje y la aparición de un idioma imposible”.

Es cierto, lo invisible y feroz de este virus no sólo trastoca nuestra cotidianidad, sino el orden mundial mismo; estamos simplemente ciegos, dando tumbos en el aire, pues no sabemos los efectos que tendrá en la economía ni en los sistemas de gobierno. Lo único que nos ha caído a cuestas son los errores que hemos cometido previos a la pandemia: sistemas de salud ineficientes o insuficientes, un cúmulo de violencias que le compiten el liderazgo de muertes al virus, desigualdades más profundas, sistemas de movilidad precarios, ciudades desarticuladas con gobiernos alejados de la realidad que viven las personas. En opinión de Markus Gabriel en Sopa de Wuhan, “el orden mundial previo a la pandemia no era normal, sino letal.” Y añade: “¿Por qué no podemos invertir miles de millones en mejorar nuestra movilidad?” Efectivamente, mejorar la movilidad resulta primordial para que todo cambie —espero y deseo— para bien. Pero antes de invertir miles de millones de pesos en proyectos elaborados por equipos científicos y técnicos, valdría la pena atender los distintos saberes construidos desde la cotidianidad de las personas. Es importante no dejar de lado que la movilidad no sólo son sistemas de transporte, sino conocimientos prácticos experienciales hechos cuerpo.

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Si tenemos claro que las personas son creativas e inteligentes, ¿por qué no preguntarles cómo mejorar? O, para mayor precisión, ¿cómo mejorar su movilidad durante la pandemia? ¿Cómo incluir estos saberes en la toma de decisiones? En estos tiempos, como debió haber sido antes de la pandemia, para mejorar la movilidad es importante conocer todas las experiencias y, con ello, considerar todas las voces. Esto nos sitúa en terrenos de la gobernanza, en la forma de gobierno cuyo propósito es lograr un desarrollo económico, social e institucional a partir de un equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y la iniciativa privada.

Para desarrollar una buena gobernanza vinculada a la movilidad, son necesarias la participación, inclusión, deliberación y cocreación. En otras palabras, para mejorar la movilidad en las ciudades primero tendríamos que articular el saber de las personas en clave de gobernanza; esto tendría más sentido si realmente se quiere mejorar el habitar en las ciudades de México y del mundo. Es cierto que la participación de la sociedad civil organizada ha venido en aumento —cada vez son más las reuniones en que los tomadores de decisiones se informan sobre las inquietudes de algunos grupos—, esto no basta; es necesario aprender a escuchar. Escuchar, como nos recuerda Carlos Lenkersdorf en Aprender a escuchar (Plaza y Valdés, 2008), es distinto a oír, al mero acto de distinguir sonidos. Para este filósofo alemán, retomando la cosmovisión de los tojolabales en Chiapas, escuchar implica hacerlo con empatía, respeto y cariño; de hacerlo, se nos revela otra forma de percibir, entender y vivir el mundo. Escuchar nos saca del individualismo para situarnos como un “nosotros” que nos incluye desde nuestras diferencias, elemento fundamental para entender y atender el bien de la colectividad. De ahí la importancia de escuchar todas las voces para la gobernanza en clave metropolitana: niñas, niños, adolescentes, mujeres, hombres y adultos mayores. Sin duda esto es una labor titánica, pero al mismo tiempo necesaria para encarar todas las contingencias, no sólo la pospandemia.

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Escuchar todas las voces implica atender los saberes cotidianos y los saberes técnicos, el conocimiento de los ciudadanos y de los especialistas respectivamente, pero ¿qué voces son las que se han alzado desde el inicio de la pandemia? En México, la persistente consigna “¡Quédate en casa!” intentó disminuir los contagios entre la población, pero también se convirtió en un estandarte para señalar a quienes teníamos que salir. Aquella frase se convirtió en algo que nos ha hecho ver como los malvados de la película. Y pese a esto fuimos y aún somos bastantes quienes continuamos circulando las calles, utilizando el transporte privado y público. Con nosotros van nuestras emociones y nuestros saberes, aquellos que nos permiten estar y sentirnos menos inseguros, no sólo del virus, sino de la violencia y del acoso. Los distintos caminos deben recorrerse.

Cierto porcentaje de la población ha tenido el privilegio de poder quedarse en casa, aunque las jornadas inacabadas en el domicilio se han convertido en agotadoras. Hemos tratado de reconfigurar, día con día, las dinámicas al interior de los hogares y estar en casa solos o juntos ha adquirido un significado que habíamos dejado de lado: pensarnos en plural y hacer lo posible por cuidarnos, a quienes permanecemos en casa y a aquellos que tienen que salir. El mismo significado vale para los muchos que seguimos saliendo de casa impulsados por la incredulidad, por la imposición de los centros de trabajo, o bien para cuidar a las personas que lo requieren.

Al salir, lo hacemos pensando en los otros, todas y todos nos hemos hecho conscientes de la importancia de la movilidad, pues resulta fundamental para la integración de todos los habitantes de las metrópolis contemporáneas. Cortar nuestros recorridos habituales ha impactado en nuestros cuerpos y en nuestras emociones. Antes circulábamos por la ciudad; ahora, el estrés y la ansiedad característicos de la urbe circulan por la casa y en nuestros adentros, en nuestro cuerpo. Salir no ha sido nada sencillo, ha implicado equiparse, cuidarse y aprender nuevas reglas, como usar cubrebocas, anteojos, mascarillas, mantener distancias y ritmos prudentes. Pero ¿cómo hacer esto cuando el transporte público casi se mantiene igual?

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Sin duda, desmovilizar a millones de personas o lograr que se muevan sólo para lo necesario es muy complicado. Pero también es cierto que con el correr de los días hemos construido saberes que nos permiten transitar la ciudad lo mejor posible, para que el virus, donde quiera que se encuentre, no nos infecte. Nos lavamos las manos y nos ponemos algunos químicos, como cloro, para aniquilar con saña al COVID. Las conversaciones, que antes eran cara a cara, ahora son con distanciamiento y de ladito. También aprendimos a lavar el cubrebocas cuando llegamos a un lugar y dejarlo secar para cuando haya que salir de nuevo, con la esperanza de que esté listo.

Pese a todo, debemos seguir moviéndonos por el espacio urbano, reconfigurándolo y éste a nosotros, construyendo saberes para circular física o virtualmente, ya sea cargando un kit de limpieza, o bien con presencia virtual en juntas de trabajo, escolares o en reuniones familiares, desde una mesa multifacética y con la mezcla sonora de infantes jugando, música, mascotas desesperadas, hornos de microondas y, claro, el bullicio urbano que se cuela sin ser invitado. Así, de la mano de estos traslapes y múltiples contingencias cotidianas, en una escala más amplia, las desventajas en ciertos lugares se acumulan más que en otros, pero todos sin excepción nos vamos reacomodando. Vale la pena preguntarse ¿hacia dónde nos dirigimos? Si somos honestos, habremos de reconocer que llevamos varios meses improvisando para no dejar de movernos en nuestras ciudades.

De ahí la importancia de escuchar todas las voces; si lo hacemos, mejorará la construcción e implementación de proyectos eficientes y funcionales que realmente ayuden a las personas a circular por la ciudad. En el fondo, esto significa que no sólo los especialistas tienen las respuestas a los problemas que enfrenta nuestro país, tan importantes son los saberes técnicos como los que circulan a ras de piso, en la casa, la calle o la colonia. Articular y escuchar todos los saberes es el camino a seguir no sólo para los retos que plantea el COVID-19, sino también para aminorar o disminuir los que ya se habían hecho presentes, como la violencia o la desigualdad. Planificar las ciudades desde computadoras en oficinas alejadas de lo que verdaderamente requieren sus habitantes niega que las personas construyen, circulan y habitan las ciudades a su manera, con sus propios saberes.

Basta con caminar por las periferias de la Zona Metropolitana del Valle de México, y observar o preguntar a las personas por qué se mueven, cómo se cuidan o qué aspectos cambiarían para mejorar su desplazamiento cotidiano, antes, durante y después de la pandemia: “Aquí vienen [las autoridades gubernamentales] cuando necesitan algo, algunos nos preguntan qué necesitamos y aunque les digamos, nos dejan esperando. De tomarnos en cuenta, sería diferente y hasta la colonia quedaría a nuestro gusto además de que lo haríamos lo mejor posible. Pero no, nunca nos preguntan”. Si estas palabras de una habitante de Ecatepec de Morelos se tomaran en cuenta junto con las de los especialistas, si en verdad juntos y entre todos nos escuchamos, podríamos aprehender ese idioma imposible del que habla Samperio que nos permita el buen vivir y la buena movilidad en las grandes urbes.

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Luis Adolfo Ortega Granados

Luis Adolfo Ortega Granados es doctor en Antropología por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, maestro en Estudios Culturales por El Colegio de la Frontera Norte y sociólogo por la Universidad Autónoma Metropolitana. Es especialista y consultor en temas de movilidad e inseguridad en espacios urbanos. Entre sus publicaciones más recientes destacan Los empresarios y sus prácticas de movilidad para enfrentar la violencia en el espacio social fronterizo de Tijuana y Ser familiar de desaparecido en la frontera norte de México.

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