Sin duda, desmovilizar a millones de personas o lograr que se muevan sólo para lo necesario es muy complicado. Pero también es cierto que con el correr de los días hemos construido saberes que nos permiten transitar la ciudad lo mejor posible, para que el virus, donde quiera que se encuentre, no nos infecte. Nos lavamos las manos y nos ponemos algunos químicos, como cloro, para aniquilar con saña al COVID. Las conversaciones, que antes eran cara a cara, ahora son con distanciamiento y de ladito. También aprendimos a lavar el cubrebocas cuando llegamos a un lugar y dejarlo secar para cuando haya que salir de nuevo, con la esperanza de que esté listo.
Pese a todo, debemos seguir moviéndonos por el espacio urbano, reconfigurándolo y éste a nosotros, construyendo saberes para circular física o virtualmente, ya sea cargando un kit de limpieza, o bien con presencia virtual en juntas de trabajo, escolares o en reuniones familiares, desde una mesa multifacética y con la mezcla sonora de infantes jugando, música, mascotas desesperadas, hornos de microondas y, claro, el bullicio urbano que se cuela sin ser invitado. Así, de la mano de estos traslapes y múltiples contingencias cotidianas, en una escala más amplia, las desventajas en ciertos lugares se acumulan más que en otros, pero todos sin excepción nos vamos reacomodando. Vale la pena preguntarse ¿hacia dónde nos dirigimos? Si somos honestos, habremos de reconocer que llevamos varios meses improvisando para no dejar de movernos en nuestras ciudades.
De ahí la importancia de escuchar todas las voces; si lo hacemos, mejorará la construcción e implementación de proyectos eficientes y funcionales que realmente ayuden a las personas a circular por la ciudad. En el fondo, esto significa que no sólo los especialistas tienen las respuestas a los problemas que enfrenta nuestro país, tan importantes son los saberes técnicos como los que circulan a ras de piso, en la casa, la calle o la colonia. Articular y escuchar todos los saberes es el camino a seguir no sólo para los retos que plantea el COVID-19, sino también para aminorar o disminuir los que ya se habían hecho presentes, como la violencia o la desigualdad. Planificar las ciudades desde computadoras en oficinas alejadas de lo que verdaderamente requieren sus habitantes niega que las personas construyen, circulan y habitan las ciudades a su manera, con sus propios saberes.
Basta con caminar por las periferias de la Zona Metropolitana del Valle de México, y observar o preguntar a las personas por qué se mueven, cómo se cuidan o qué aspectos cambiarían para mejorar su desplazamiento cotidiano, antes, durante y después de la pandemia: “Aquí vienen [las autoridades gubernamentales] cuando necesitan algo, algunos nos preguntan qué necesitamos y aunque les digamos, nos dejan esperando. De tomarnos en cuenta, sería diferente y hasta la colonia quedaría a nuestro gusto además de que lo haríamos lo mejor posible. Pero no, nunca nos preguntan”. Si estas palabras de una habitante de Ecatepec de Morelos se tomaran en cuenta junto con las de los especialistas, si en verdad juntos y entre todos nos escuchamos, podríamos aprehender ese idioma imposible del que habla Samperio que nos permita el buen vivir y la buena movilidad en las grandes urbes.