Por STAFF ENTORNO Y FUTURO | 12/5/2022
Hace más de un siglo el mundo cayó en una trampa: creer que todos los habitantes de la Tierra podemos y debemos vivir igual. Al intentar sentar las bases para una vivienda digna, se homologaron necesidades y el resultado no ha sido el ideal. En primer lugar, porque no contempla el hecho de que todos necesitamos de cuidados para sobrevivir.
“Es una condición mundial. Si le preguntas a un niño en Sri Lanka y a otro en Nebraska qué tipo de casa quieren, te van a dibujar la misma casa. Y no tienen ni de cerca condiciones parecidas; ni culturales, sociales, históricas, geográficas… Cuestiones muy básicas que no se pueden homologar”, dice Tatiana Bilbao.
“Hay tantas maneras de habitar como billones de personas en este planeta. Además, habitamos de forma distinta de acuerdo con nuestra etapa de vida. La arquitectura es muy estática; tiene una condición que es física e imposible de cambiar, pero sí hay oportunidades para eliminar estandarizaciones”, agrega.
Esta arquitecta nacida en la Ciudad de México, cuyo trabajo fue exhibido recientemente en el Museo de Arte Moderno de San Francisco, es reconocida por su enfoque expansivo y minimalista. Su propuesta está marcada por una profunda comprensión y adaptación a los estilos de vida.
“Desde que empecé a hacer arquitectura me era difícil imaginar que yo podía decidir cómo alguien más podía vivir. Entonces busqué canales de comunicación y colaboración para entre todos generar el conocimiento suficiente”, recuerda.
“Me di cuenta de que era necesario integrar a ese habitante en la forma de diseñar el planeta. Desde el núcleo más básico y vital —que es el espacio doméstico—, hasta el espacio público. Fui empezando a entender cómo hacer que la arquitectura se vuelva una plataforma para que cada quien genere su propia vida”.
La vivienda mínima, una herencia del México moderno
El fin del Porfiriato y el inicio de la Revolución, a principios del siglo pasado, cambiaron radicalmente la vida en México y, con ello, su arquitectura. En esa época ganaba terreno el concepto europeo de espacios “mínimos”, el cual obedecía a la funcionalidad.
Con la clase obrera en pleno crecimiento, la Constitución de 1917 estipuló el derecho de todos los trabajadores a una vivienda digna. La “modernización” de la vivienda consistió, básicamente, en hacerla eficiente y flexible.
Así, en los años 30, el arquitecto Juan Legarreta ganó un concurso para diseñar la casa obrera mínima. Presentó tres tipologías de vivienda, la más pequeña de 44 metros cuadrados y la más grande de 66. En ellas distribuyó una cocina, un comedor, una estancia, dos habitaciones y un baño.
“La ley se hace con un sustento muy loable, que es entender cuál no puede dejar de ser el mínimo. Pero desgraciadamente, al encasillarlo ahí, acaba siendo el máximo. Sobre todo, acaba limitando porque entonces una vivienda tiene que ser eso para ser clasificada como tal, para poder establecerse como propiedad, poder venderse y entrar en esquemas de financiamiento o subsidio”, explica Tatiana Bilbao, quien fue asesora en la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda del Gobierno del Distrito Federal.
“La vivienda está determinada para una familia heteropatriarcal, y hoy en el mundo sólo 24% de la gente vive en esta forma social. Entonces a mí me gustaría entender cómo la arquitectura puede abrir más canales para que todos quepamos”, opina.
La vivienda maya, un ejemplo a seguir
La pandemia, entre otras cosas, dejó claro que en general no habitamos espacios que permitan la organización social del cuidado. Sin embargo, atender, acompañar y ayudar a los que nos rodean, no sólo a los más vulnerables, es importante para el bienestar de nuestra sociedad.
Tatiana Bilbao, quien promueve los ambientes colectivos, subraya la necesidad de avanzar hacia un desarrollo que priorice los cuidados y la sostenibilidad de la vida.
“Con el cuidado me refiero a todo lo que necesitamos para existir y que a veces no podemos hacer por nosotros mismos, porque no se puede cuidar y producir al mismo tiempo. Pero ¿qué hace una familia que no puede depender de una institución o contratar un servicio privado, que es la mayoría? Pues tiene que hacerlo a deshoras. Va a trabajar de sol a sol, llega a su casa y tiene que lavar, cocinar, planchar, coser, preparar todo para el día siguiente, dormir tres horas y luego otra vez”, advierte.
Por ello, la forma de habitar maya se vuelve relevante. De acuerdo con Tatiana Bilbao, ellos tienen establecido un esquema para generar una sociedad de cuidado.
“Los arreglos físicos de sus viviendas dan pie a que la comunidad se encargue de los cuidados. Son complejos donde la gente habita, y que no necesariamente están divididos por unidades. Tienen elementos arquitectónicos con distintas funciones; guardan la privacidad de los miembros, pero la cocina es exterior y se comparte”, señala.
“Los niños no son cuidados por el papá y la mamá, son responsabilidad de la comunidad. Igual los adultos mayores. Quien tiene que ir a trabajar y traer dinero, pues esa es su responsabilidad. Quien tiene que hacer la comida, esa es su responsabilidad… Es una comunidad que hace del cuidado un trabajo social compartido”, especifica.
El regreso europeo a la vivienda colectiva
Antes del siglo 20 se vivía más en núcleos sociales que cooperaban para resolver los trabajos de cuidado. De acuerdo con Tatiana Bilbao, algunas ciudades están retomando dicho modelo.
“En sociedades nórdicas y en Alemania hay muchísimos ejemplos. La gente se ha dado cuenta de que la forma en que vivimos no es sostenible económica, social ni culturalmente. Entonces ya están regresando a conformar espacios para poder vivir de forma mucho más colectiva”, asegura esta arquitecta que ha dado clases en las universidades Yale, Harvard y Columbia, entre otras.
Uno de esos ejemplos es el edificio R50. Considerado uno de los proyectos “Baugruppe” más notables de Berlín, promueve tanto la planificación participativa como la toma de decisiones colectiva.
Un balcón conecta los 19 departamentos y crea una pasarela exterior. Además existen varios espacios compartidos, como el jardín de la azotea o una sala de estar y de entretenimiento, de manera que se fomenta en los residentes un fuerte sentido de comunidad.
El Waldspirale es otra propuesta alemana destacada en este sentido. Ubicado en Darmstadt, es obra del artista Friedensreich Hundertwasser y un icono de la ciudad. Su diseño es muy particular: no hay líneas rectas ni ventanas iguales, y tiene tantos árboles como habitantes. Pero lo que lo hace atractivo como vivienda es que sus 105 departamentos comparten un parque para niños, un lago artificial, un kiosko, un café y un bar.
“En Viena hay otro proyecto muy interesante. Se llama Sargfabrik; era una fábrica de cajas funerarias, pero la demolieron y transformaron en una vivienda comunitaria. Ahora que se ha demostrado que la mayoría no son familias nucleares, tenemos que pensar cómo establecer otras formas de relaciones sociales. Cómo socializar el trabajo doméstico y reproductivo para poder hacerlo más sostenible”, sugiere Tatiana Bilbao.
Transformar las relaciones sociales y con el medio ambiente
Reconocida con el Marcus Prize Award 2019, el Kunstpreis Berlin en 2012 y como Talento emergente en la Architectural League of New York en 2010, entre otros, Tatiana Bilbao destaca el caso de la Cooperativa Palo Alto, en la Ciudad de México.
“Es un ejemplo importante de autoconstrucción y autoproducción social, donde la gente no sólo decidió su propia comunidad sino sus propias casas. Es muy interesante. Se ha ido transformando, pero sigue muy bien defendido en términos de cómo son la propiedad y la organización social”, afirma.
Esta comunidad ubicada en Santa Fe nació en los años 40 con la llegada de migrantes rurales. En los 70, tras disputas y negociaciones con las autoridades, estos compraron los terrenos y decidieron administrarlos como cooperativa.
De la mano de arquitectos, fue diseñando la comunidad. Una plaza y casas con un mismo plano, que permite su expansión conforme las familias lo requieran. Los paneles de construcción, de ladrillos y cerámica, podían elaborarlos los propios habitantes.
“Yo espero que la pandemia sea un llamado de consciencia. La mayoría de la población se dio cuenta de que estaba viviendo en cajas para dormir y no en casas para habitar. Mucha gente dijo: mejor me voy al campo. Es un fenómeno que ocurrió con gente de clase media para arriba”.
“Le tenemos poco respeto al trabajo doméstico y reproductivo, que es la base de la transformación. Si no transformamos eso, no vamos a poder transformar las relaciones sociales y, por lo tanto, las relaciones con nuestro planeta para seguir viviendo aquí”, puntualiza Tatiana Bilbao.
Así, apostar por viviendas que permitan retomar la vida comunitaria y, con ello, la organización social del cuidado es una de las maneras más sustentables de habitar. Al tomar en cuenta el entorno y la diversidad de estructuras sociales, se combatirán las limitaciones impuestas por la estandarización y cada quien podrá generar su propia forma de vida.