Por STAFF ENTORNO Y FUTURO | 9/3/2022
Una de las mayores preocupaciones en el mundo, sin duda, es el agua. En las últimas dos décadas, la que existe en la Tierra ha decrecido un centímetro anualmente, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. Ya que sólo el 0,5% de ella es dulce utilizable, se vuelve un recurso codiciado por las naciones, por lo que en casos fronterizos, como ocurre con México y Estados Unidos, demanda una colaboración científica y diplomática.
“El agua transfronteriza y el cambio climático califican como temas difíciles que debemos abordar en conjunto. El agua es o una gran oportunidad para una cooperación entre Estados Unidos y México o un punto probable de conflicto para el futuro”, comenta Andrew Rudman, director del Instituto Mexicano del Centro Wilson.
Aunque en la frontera México-Estados Unidos hay dos ríos, el agua es escasa. La sequía del río Bravo/Grande desde los años 90 hace que fluya menos agua tanto para México como para Estados Unidos. Y la cuenca del río Colorado, que abastece a nueve estados fronterizos, también presenta récords en niveles bajos.
Si bien la zona no es muy poblada, ha crecido en número de habitantes, urbanización y desarrollo económico, con desigualdades que afectan las políticas de ambos países. Por otro lado, después de años de calor sin precedentes y precipitaciones insuficientes, México y Estados Unidos se enfrentan a un suministro de agua compartida cada vez menor.
La hidrodiplomacia en la frontera México-Estados Unidos
La diplomacia científica es el uso de la ciencia para prevenir conflictos y crisis. El término de hidrodiplomacia, utilizado por especialistas como Robert Varady y Margaret Wilder, lleva dicho concepto a los desafíos relacionados con aguas transnacionales.
“Entre México y Estados Unidos los principales temas de contención en la frontera tienen que ver con mano de obra, migración y narcotráfico. Las disputas hídricas siempre se han abordado de manera pacífica y diplomática. Y aquí entra en juego una palabra muy importante: flexibilidad”, afirma Varady, profesor en temas de medio ambiente, hidrología y ciencias atmosféricas.
Este investigador relata que la historia de cooperación entre ambos países para tratar temas transfronterizos empezó en 1889 con la Comisión Internacional de Límites (IBC). Después vino el Tratado de Agua de 1944. Éste dispuso que de los dos lados, el interés nacional prevaleciera sobre los intereses de los estados o de las secretarías.
“Fue el primer gran acuerdo bilateral negociado con base en términos de paridad. La genialidad de éste fueron los mecanismos de investigación y solución de controversias, utilizando medios políticos y técnicos. Es decir, la ciencia de la diplomacia”, observa Varady.
“El acuerdo permite una revisión constante a través de un procedimiento de negociaciones específicas llamadas minutas. Esa flexibilidad es extraordinariamente útil donde no dice nada o es vago. Proporciona cierta adaptabilidad, y permite que se incluyan nuevas ideas, por ejemplo, sobre el cambio climático del que nadie hablaba hace 78 años”, añade.
La cooperación entre ambas naciones se ha reforzado con el Acuerdo de La Paz de 1983, un tratado multigobierno que tiene que ver con todo el entorno, no sólo el agua. Otro ejemplo es la creación de instituciones medioambientales tras la firma del TLCAN, como la Comisión para la Cooperación Ambiental (CEC).
Colaboración bilateral frente a los retos hídricos y climáticos
La falta de agua se exacerba con el crecimiento de la población y el cambio climático. UNICEF alerta que miles de millones de personas se quedarán sin agua potable antes de 2030, a menos de que el progreso se cuadruplique.
“Mucha incertidumbre y variabilidad estresa la cooperación. Pero el acuerdo de 1944 estabiliza las relaciones hídricas y apalanca las oscilaciones políticas. Sin él sería más difícil para México y Estados Unidos lidiar con problemas hídricos. El procedimiento de ir incorporando enmiendas constantes es una idea muy inteligente y con visión de futuro”, considera Robert Varady.
Aun así, este exdirector del Centro Udall para Estudios en Políticas Públicas en la Universidad de Arizona, señala la falta de acuerdos sobre agua subterránea. Un tema que debe tratarse puesto que el agua subterránea es un recurso cada vez más importante en ambos lados de la frontera.
Otros retos para mexicanos y estadounidenses, dice, implican un mejor uso de la ciencia, una integración técnica más efectiva y mayor cooperación económica.
“Continuando con buena voluntad y la habilidad de manejar los problemas conforme estos vayan surgiendo, habrá forma de modificar procedimientos sin necesariamente tener que renegociar el Acuerdo de Agua. La región está lista para desarrollar algunas alternativas sostenibles, pero al mismo tiempo puede perseguir alternativas no tan sostenibles, como la desalinización”, puntualiza Varady.
Lauren Risi, directora del Programa de Seguridad y Cambio Ambiental del Centro Wilson, coincide con el investigador.
“Pensando en temas de cooperación hídrica, ambos países buscan más puntos de encuentro que conflictos. Sabemos que la flexibilidad es el gran componente para asegurar y garantizar la cooperación porque las presiones ambientales van en aumento”, comenta.
Desacuerdos en la propuesta de desalinización del Mar de Cortés
El Golfo de California o Mar de Cortés es parte de la Lista de Patrimonio Mundial en Peligro. Su principal amenaza son las prácticas pesqueras dañinas, que han puesto en peligro de extinción a especies como la vaquita marina y el pez totoaba.
Por ello, tras la propuesta del gobernador de Arizona, Doug Ducey, de poner plantas desalinizadoras en costas de Sonora, especialistas como el arqueólogo Richard Brusca se han pronunciado en contra.
En un artículo publicado el mes pasado en El Universal, el investigador enlista las afectaciones ambientales que provocaría la desalinización del Mar de Cortés. Por ello, más que pensar en el suministro hídrico sugiere combatir la demanda. Es decir, disminuir el consumo de agua y realizar acciones sostenibles a una escala más amplia.
“Definitivamente hay intereses fuertes en Arizona para que eso ocurra porque están teniendo un corte en la cantidad de agua del río Colorado por las sequías. Sin embargo, la cantidad de agua que proporcionaría la desalinización sería de 250 metros cúbicos al año. Aunque la cifra suene muy grande, no se considera una gran cantidad de agua”, asegura Robert Varady.
Este consultor de la UNESCO y la FAO en esfuerzos relacionados con el agua menciona que existen varias razones por las que México podría no acceder a la desalinización. La primera son las consecuencias ambientales para el Mar de Cortés. Pero también están las implicaciones para la industria pesquera del área, sin contar el requerimiento de agua para la construcción de las plantas y de electricidad para hacerlas funcionar.
Seguridad hídrica es seguridad climática
En todo el mundo las ciudades están experimentando inundaciones más frecuentes que contaminan cuencas de agua y crean problemas de infraestructura. Sequías prolongadas reducen el suministro hídrico y ondas de calor incrementan la demanda de agua en múltiples sectores.
Ante ello, Lucero Radonic, profesora en temas ambientales en la Universidad de Michigan, destaca los beneficios de la infraestructura verde de aguas pluviales (GSI). Entre ellos, ayudar a mitigar el cambio climático, reducir las inundaciones y promover áreas verdes.
“Cuando pensamos en lo que cuesta mejorar la infraestructura, la GSI se vuelve muy atractiva. Ante el crecimiento de las ciudades, combinarla con la infraestructura gris o tradicional es una buena idea, porque los servicios hídricos van más allá de asegurar un suministro confiable y seguro, lo cual ya es una tarea bastante difícil en países en vías de desarrollo”, comenta.
Radonic también indica que una tendencia global es el cambio en la gestión hídrica hacia el marco de trabajo de una sola agua. Es decir, que las diferentes compañías de servicios se coordinen en infraestructura y financiamiento para manejar el agua potable, el agua de desechos, el agua pluvial y los cuerpos de agua superficial.
“Si consideramos que la seguridad hídrica es también seguridad climática, es importante aplicar un marco de justicia climática a diferentes escalas. Necesitamos considerar quién tiene acceso a los beneficios de las estrategias de adaptación. También incorporar las comunidades afectadas a los programas para la mitigación climática y la seguridad hídrica. Algo que está ocurriendo en Tucson con la recolección de agua de lluvia en los hogares”, opina.
El agua como vehículo de cooperación
Las investigaciones de Lucero Radonic se enfocan en la intersección de los derechos de agua e infraestructura, las micropolíticas y la ciencia del calentamiento global. En ellas ha encontrado que gran parte del movimiento de adaptación climática y seguridad hídrica viene de abajo hacia arriba. Por ello, es importante analizar cómo se relaciona lo que hace la población para generar recursos hídricos adicionales con las políticas de medio ambiente en proceso.
“Crear nuevos recursos hídricos a nivel vivienda requiere cambiar ciertas políticas. Para ello tiene que haber un muy buen entendimiento de los derechos del agua. Pienso en casos como el de Nuevo México, donde hubo reformas en el código de plomería para poder reutilizar las aguas grises. Es decir, usar el agua de las lavadoras y del fregadero para riego”, explica Radonic.
Asimismo, la especialista apunta que el reúso de agua tratada es cada vez más una fuente de suministro. El reto al respecto, sobre todo con las aguas negras altamente tratadas, es que la gente acepte beberlas. Porque con cualquier solución se debe pensar si la población la va a poner en práctica y a poder costear.
“Portland y Seattle están pensando en cómo utilizar el sistema de drenaje para evitar las inundaciones y reducir la contaminación de las fuentes de agua. En la Ciudad de México, Tijuana y Hermosillo se hace captación pluvial. La pregunta es ¿cómo podemos escalarlo para que sea más seguro para la vivienda, la salud, la higiene, y también para tener seguridad hídrica?”, propone Radonic.
“Durante un siglo se dijo que teníamos que sacar de las ciudades las aguas grises. Ahora sabemos que no, que debemos mantenerlas en la ciudad y verlas como un recurso. Entonces nuestros paradigmas en gestión de agua están cambiando y ello exige cambios en las regulaciones”, agrega.
De esta forma, a pesar de que hablar de agua es hablar de crisis y conflictos, pues es un recurso limitado y hay intereses en pugna, también es un vehículo de cooperación entre ciudades y países. Robert Varady lo ejemplifica con imágenes que circularon en internet de una manguera extendiéndose cerca del muro en Nogales. Nogales, Arizona, le estaba dando agua a Nogales, Sonora, porque no había suficiente presión de agua para apagar un incendio.
Entre México y Estados Unidos existen mecanismos para lidiar con los problemas derivados de la escasez de agua y el cambio climático. El acuerdo de 1994 es un ejemplo de cómo aprender unos de otros, colaborar de manera flexible y basar la política pública en la ciencia.