En la COP26 hubo avances, pero no son suficientes
La urgencia está clara. De acuerdo con los científicos, los países tienen menos de 10 años para mantener el calentamiento del planeta por debajo de los 1.5 grados, en comparación con la era preindustrial.
Ese fue el punto central de la pasada Conferencia de las Partes (COP26), celebrada en Glasgow, Reino Unido, donde se reunieron 197 países y se logró firmar un acuerdo con el compromiso de emprender acciones que reduzcan significativamente sus emisiones.
“Es necesario que las emisiones globales de dióxido de carbono disminuyan un 45% respecto de niveles de 2010. Y que continúen disminuyendo, porque no es que llegues al 2030 y termine el esfuerzo”, señala Irene Torres, asesora en política científica en el IAI.
“Por primera vez en una COP se mencionó al carbón; ese es un logro. El problema es que sólo se habló de reducir, no de eliminar. Y también se debe reducir la emisión de metano”, agrega.
Otro acuerdo destacado en la COP26 fue detener la deforestación. Proteger y restaurar los bosques, así como disminuir la explotación ganadera, porque algunos incendios forestales en la Amazonia, por ejemplo, se deben a dicha necesidad comercial.
Sin embargo, diversos activistas calificaron como insuficientes los acuerdos de la COP26. Entre los más críticos estuvieron, precisamente, miembros de la Coalición de Naciones con Bosques Tropicales.
“Las críticas son merecidas. Las voces de Latinoamérica y el Caribe son fundamentales. Es un rol que la región ha jugado: subir el nivel del discurso y los reclamos para obligar a los países con mayores recursos a comprometerse a una agenda más justa. Hay que seguir en la lucha: hubo avances, pero no es suficiente”, opina Anna Stewart, quien durante más de 14 años ha realizado estudios socioecológicos, epidemiológicos y de modelización.
El círculo vicioso de las energías
Si bien es cierto que el compromiso con el planeta es enorme, Irene Torres recomienda no perder de vista el hecho de que los países necesitan energía para desarrollarse. Naciones altamente pobladas, como India o China, la requieren para producir alimentos, materiales para vivienda e incluso tecnología para salvar vidas. A ellos, por lo tanto, les puede resultar difícil reducir sus emisiones a corto plazo.
América, aunque no es la región que más produce emisiones, tiene necesidad de exportar combustibles fósiles. Además, para dejar de invertir en plantas de energía con ese tipo de combustibles requiere enfrentar otros retos.
“Hay países en la región que cuentan con energía hidroeléctrica. Pero, en parte por el cambio climático, las fuentes de agua no pueden garantizar la generación hidroeléctrica necesaria. Es un círculo vicioso: queremos dejar de depender de combustibles fósiles con energías limpias, pero para producir esas energías limpias el cambio global tiene una influencia negativa”, explica esta experta, cuya investigación se ha centrado en la promoción de la salud y sus determinantes sociales, con enfoque en la inequidad.
Por ello, el IAI trabaja en un proyecto con la Organización Mundial de Meteorología, que incluye la cooperación de cinco países sudamericanos. El objetivo es crear sistemas de monitoreo y alerta de sequías, cuyo impacto es tan negativo para la energía hidroeléctrica.
¿Qué más se puede hacer? De acuerdo con Irene Torres, dejar de limitar las decisiones a los gobiernos y lograr que las problemáticas se resuelvan en conjunto con las comunidades, el sector privado y, por supuesto, los científicos.
“Si desde la concepción de un análisis de vulnerabilidad se trabaja con todos los sectores, es más sencillo. Hemos visto mucho en América Latina que se toman decisiones y luego viene la reacción o resistencia de comunidades y de otros sectores. Eso entorpece la implementación de políticas”, indica.