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El cambio climático no tiene ningún tipo de fronteras

Las crisis actuales son a la vez climáticas, energéticas y de salud. Al estar interconectadas y no tener límites geográficos, su solución demanda la cooperación urgente entre países, de acuerdo con el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global.

Por KATHIA GARCÍA |

El cambio climático es un tema tan complejo, que enfrentamos las consecuencias a veces sin ser conscientes de ello. Un ejemplo: el dengue. El mosco Aedes aegypti, transmisor de la enfermedad, está llegando a nuevas latitudes, incrementando los contagios en el Cono Sur, la parte mediterránea de Europa y el sur de Estados Unidos. Una crisis que hace evidente la intersección clima-ambiente-salud y su cualidad transfronteriza.

“Es importante resaltar que son crisis interconectadas —apunta Anna Stewart Ibarra, directora de Ciencia del Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI por sus siglas en inglés)—. También podemos hablar de las grandes migraciones de personas, que están relacionadas con los cambios climáticos, la falta de agua limpia y comida saludable. Es fundamental que actuemos ahora porque los efectos de estas crisis van a aumentar en el futuro. Y no estoy hablando de un futuro lejano”.

En la COP26 hubo avances, pero no son suficientes

La urgencia está clara. De acuerdo con los científicos, los países tienen menos de 10 años para mantener el calentamiento del planeta por debajo de los 1.5 grados, en comparación con la era preindustrial.

Ese fue el punto central de la pasada Conferencia de las Partes (COP26), celebrada en Glasgow, Reino Unido, donde se reunieron 197 países y se logró firmar un acuerdo con el compromiso de emprender acciones que reduzcan significativamente sus emisiones.

“Es necesario que las emisiones globales de dióxido de carbono disminuyan un 45% respecto de niveles de 2010. Y que continúen disminuyendo, porque no es que llegues al 2030 y termine el esfuerzo”, señala Irene Torres, asesora en política científica en el IAI. 

“Por primera vez en una COP se mencionó al carbón; ese es un logro. El problema es que sólo se habló de reducir, no de eliminar. Y también se debe reducir la emisión de metano”, agrega.

Otro acuerdo destacado en la COP26 fue detener la deforestación. Proteger y restaurar los bosques, así como disminuir la explotación ganadera, porque algunos incendios forestales en la Amazonia, por ejemplo, se deben a dicha necesidad comercial.

Sin embargo, diversos activistas calificaron como insuficientes los acuerdos de la COP26. Entre los más críticos estuvieron, precisamente, miembros de la Coalición de Naciones con Bosques Tropicales.

“Las críticas son merecidas. Las voces de Latinoamérica y el Caribe son fundamentales. Es un rol que la región ha jugado: subir el nivel del discurso y los reclamos para obligar a los países con mayores recursos a comprometerse a una agenda más justa. Hay que seguir en la lucha: hubo avances, pero no es suficiente”, opina Anna Stewart, quien durante más de 14 años ha realizado estudios socioecológicos, epidemiológicos y de modelización.

 

El círculo vicioso de las energías

Si bien es cierto que el compromiso con el planeta es enorme, Irene Torres recomienda no perder de vista el hecho de que los países necesitan energía para desarrollarse. Naciones altamente pobladas, como India o China, la requieren para producir alimentos, materiales para vivienda e incluso tecnología para salvar vidas. A ellos, por lo tanto, les puede resultar difícil reducir sus emisiones a corto plazo.

América, aunque no es la región que más produce emisiones, tiene necesidad de exportar combustibles fósiles. Además, para dejar de invertir en plantas de energía con ese tipo de  combustibles requiere enfrentar otros retos.

“Hay países en la región que cuentan con energía hidroeléctrica. Pero, en parte por el cambio climático, las fuentes de agua no pueden garantizar la generación hidroeléctrica necesaria. Es un círculo vicioso: queremos dejar de depender de combustibles fósiles con energías limpias, pero para producir esas energías limpias el cambio global tiene una influencia negativa”, explica esta experta, cuya investigación se ha centrado en la promoción de la salud y sus determinantes sociales, con enfoque en la inequidad.

Por ello, el IAI trabaja en un proyecto con la Organización Mundial de Meteorología, que incluye la cooperación de cinco países sudamericanos. El objetivo es crear sistemas de monitoreo y alerta de sequías, cuyo impacto es tan negativo para la energía hidroeléctrica.

¿Qué más se puede hacer? De acuerdo con Irene Torres, dejar de limitar las decisiones a los gobiernos y lograr que las problemáticas se resuelvan en conjunto con las comunidades, el sector privado y, por supuesto, los científicos. 

“Si desde la concepción de un análisis de vulnerabilidad se trabaja con todos los sectores, es más sencillo. Hemos visto mucho en América Latina que se toman decisiones y luego viene la reacción o resistencia de comunidades y de otros sectores. Eso entorpece la implementación de políticas”, indica.

Acciones en la región frente al cambio climático

El cambio global incluye el cambio climático y los fenómenos que impactan el entorno biofísico y a la sociedad. Entre ellos el aumento de la frecuencia e intensidad de sequías, tormentas tropicales, huracanes, olas de calor e incendios forestales.

En 1992 12 países de América se dieron cuenta de que necesitaban generar evidencia científica sobre el impacto del cambio climático en sus territorios. Entendieron que las problemáticas no se limitaban a una nación, sino que a veces lo que afecta a una se origina en otra.

Al ver que se requería la cooperación de todos ellos para poder encontrar soluciones, fundaron el IAI en Montevideo, Uruguay. Con 19 países miembros de América, este instituto promueve la investigación transdisciplinaria para brindar información científica a los tomadores de decisiones.

“Hoy está más claro que nunca que los problemas del cambio global no conocen fronteras. Podemos pensar en la pandemia de Covid-19 o en las algas de sargazo en el Caribe. Por eso realizamos un enfoque en ciencia transfronteriza”, comenta Anna Stewart, doctora en Ecología por la Universidad Estatal de Nueva York.

En ese sentido, Irene Torres, considera que una de las iniciativas más prometedoras en la región es contar con una ciencia abierta. Es decir, compartir información y tecnología, así como aumentar la capacidad de uso de datos.

Como ejemplos de trabajo conjunto, Colombia, Ecuador, Panamá y Costa Rica han acordado crear una zona ecológica libre de pesca en el océano Pacífico. Sin embargo, estas acciones tienen más que ver con conservación que con cambio climático.

“Los gobiernos tienen sus planes de adaptación y mitigación, los Nationally Determined Contributions, que incluyen mucho más que los anuncios puntuales en la COP. Lo que falta es que incorporen en sus programas de salud el componente de cambio climático, que tengan, por ejemplo, sistemas alimentarios que puedan enfrentar los eventos extremos. Colombia, Brasil y Argentina ya están creando observatorios de clima y salud para juntar información y tomar decisiones”, comparte Irene Torres.

¿Qué hace México ante el calentamiento global?

Aunque en la pasada COP26 México ratificó el compromiso original del acuerdo de París, e industrias mexicanas están adoptando mejores prácticas para evitar o reducir sus emisiones, se le ha criticado que no hizo nuevos compromisos.

De hecho, el grupo científico que evalúa las acciones de las naciones para frenar el calentamiento global, Climate Action Tracker, calificó la actuación de México como “altamente insuficiente”. Y en el marco de la COP26, Climate Action Network lo nombró Fósil del Día por ser uno de los países con peores políticas climáticas.

“En México hay municipios pequeños y medianos que trabajan en materia de clima, ambiente y salud; tienen los datos, las capacidades, pero otros municipios no. El problema es la falta de equilibrio entre municipios y Estados”, advierte Torres, doctora en Promoción de salud por la Aarhus University.

Mercedes Vázquez, licenciada en Ciencias de la Tierra y colaboradora en el IAI, explica que en municipios del sureste del país existen políticas de conservación de uso de suelo. En ellos se han implementado formas de conservar las zonas de cultivos y le han dado prioridad a los agricultores.

En la parte centro de la República, dice, ante el aumento de sequías se ha tratado de dar apoyos en técnicas de riego para que las plantaciones puedan salir a flote. Además se ha promovido la captación de agua de lluvia.

“Sin embargo, con respecto a los ecosistemas marinos realmente no ha habido un compromiso. Es lamentable porque estamos rodeados de dos océanos —señala Mercedes Vázquez—. En el Caribe sí se han visto preocupados por el tema del sargazo, porque tiene una importancia ecológica y turística. Entonces obviamente al país le interesa mucho tener una enfoque de prevención o alerta. Sería muy importante que se enfocara de la misma manera en los arrecifes del Caribe, que son súper importantes a nivel de servicios ecosistémicos y de ambiente”.

Con tan poco tiempo y una tarea tan grande para salvar al planeta, las recomendaciones del IAI no sólo aplican a México o a países de la región, sino al mundo entero. Sólo en colaboración, tanto de naciones como de disciplinas y actores, unos podrán aportar lo que otros necesitan para frenar ya el efecto devastador de las crisis climáticas, energéticas y de salud.

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