Adriana y Rubén son un matrimonio con dos hijos que vive en Ciudad de México. Como muchos otros, desde finales de 2019 escucharon sobre una nueva enfermedad viral que se propagaba a pasos agigantados por el mundo y que causaba muertes a falta de una cura. Para febrero, la covid-19 ya estaba presente en Estados Unidos, Italia y España; nunca imaginaron que a mediados de marzo del 2020 llegaría a México y suspendería, de la noche a la mañana, las actividades en oficinas, escuelas y lugares de esparcimiento. Sus dinámicas se vieron trastocadas. Desde ese momento, los cuatro permanecerían durante tiempo indefinido en su departamento de 100 metros cuadrados, lo cual restringía al máximo sus actividades.
“Los espacios internos estaban poco adaptados, mucha gente no contaba con un lugar para trabajar y tuvieron que acondicionarlo”, explica la doctora María Moreno Carranco del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana (Cuajimalpa), quien conduce dos investigaciones aún no publicadas: Formas de vivir adentro y Patrones laborales, urbanos y de movilidad en Santa Fe durante y después de la emergencia sanitaria generada por el COVID-19, esta última junto con la doctora Rocío Guadarrama, investigadora de la misma casa de estudios.
Por otro lado, zonas corporativas como Santa Fe o Polanco vaciaron sus oficinas de un día para otro y empresas trasnacionales como Facebook o Google anunciaron que, tentativamente, sus empleados no volverían hasta principios de 2021. Esto todavía no sucede. Con la llegada de la oficina a la casa, las habitaciones adoptaron nuevas funciones dentro del hogar. “Los espacios se flexibilizaron, el comedor y las recámaras se transformaron y se desplazaron las actividades que se realizaban en un espacio a otro; el comedor se convirtió en oficina y ahora se come en la cocina”, aseguró Moreno Carranco.
Un ejemplo de la forma en la que las viviendas se han tenido que adaptar, lo da Jesús García, director de Cetra Relocations México, una empresa que trabaja con embajadas y empresas trasnacionales facilitando el establecimiento de sus empleados extranjeros en el país. Al inicio de la contingencia su empresa detectó que las viviendas no contaban con un lugar para trabajar, y lanzó entre sus clientes un paquete de renta de mobiliario de oficina que incluía escritorio, silla ergonómica y lámpara de mesa. Fue un fracaso. “Vimos que entre el 80 y el 85% de los empleados no tenían espacio en casa para poner un escritorio, entonces las empresas optaron por darles sillas ergonómicas a sus empleados y fue una mejor solución”, comentó en una entrevista realizada vía telefónica.
Estos reajustes dieron pie a que se mejoraran algunos espacios y servicios en el hogar: se invirtió en electrodomésticos; se buscaron paquetes de internet con mayor ancho de banda; se venció la resistencia a las compras en línea, ya fuera para hacer el supermercado o bien, para adquirir organizadores, renovar la mesa del comedor o comprar equipo deportivo para usar en casa. De igual forma, los espacios al aire libre ––balcones, pasillos, patios, azoteas o jardines–– se convirtieron en oro molido.
La misma Moreno Carranco comentó: “La gente adaptó los lugares más pequeños que tenían al exterior y se volvieron preciados: el corredor de entrada a la vecindad, el patio de tendido, el balcón. Hubo quien se organizó con sus vecinos para salir con su bebida a las escaleras abiertas y cada quién se sentó en su piso para convivir”.
Falta de privacidad y espacios pospandémicos
Al trabajar en casa, se perdieron las distintas formas de socialización que eran posibles a través del espacio compartido; por ejemplo, las comidas con los compañeros, los viernes en la cantina o las tandas. Lo que más se resiente es la vida social y el contar con un espacio propio para trabajar. “Lo más urgente que debe tratarse [al interior de las viviendas] es contar con espacios donde puedas aislarte, la multifunción nos mostró la necesidad de que cada miembro de la familia cuente con su propio espacio, que tenga aislamiento acústico”, explica la doctora Moreno.
Por su parte, la arquitecta Sara Topelson Fridman, directora de la Fundación Centro de Investigación y Documentación de la Casa, A.C. (CIDOC), coincide en la necesidad de hacer frente a la confidencialidad y el espacio personal en el trabajo en casa. “Primero nos estamos acostumbrando a los ruidos —los perros, los niños, los vecinos— luego nos acostumbraremos a no interrumpirnos, a respetar al otro plenamente, a respetar a los hermanos si están en clase”, afirmó en una entrevista.
El confinamiento demostró que a pesar de la improvisación, el trabajo desde casa es posible siempre y cuando se cuente con viviendas adecuadas a las nuevas necesidades. La flexibilidad en los espacios y el mobiliario serán los nuevos retos para diseñadores y arquitectos, pronosticó Topelson Fridman, quienes tendrán que integrar luz natural complementaria a la luz artificial, baños bien ventilados, balcones y azoteas utilizados como espacios comunitarios, habitaciones que cambien de uso dependiendo de la hora en la que se les use y mobiliario liviano.
“Cambiarán las reglas del hogar, veremos nuevas formas de vida familiar así como de construcción o restauración de las viviendas. Los departamentos de interés social no serán más grandes, pero sí estarán mejor diseñados; los enseres domésticos serán más ligeros, pequeños y movibles para que puedan readaptarse al espacio en distintas horas del día”. La fundadora de la firma de arquitectura Grinberg + Topelson también afirma que veremos cambios en el espacio público, iniciando por las azoteas de las viviendas hasta la apropiación de las calles: “Esto relaja el confinamiento, hemos visto muchos cambios en las calles, el paradigma es regalarle la calle al ciudadano para que vuelva a caminar”.
Una habitación propia
La pandemia también ha dejado en manifiesto la desventaja de las mujeres durante el confinamiento. El trabajo doméstico continúa en sus manos y a las labores de oficina se ha sumado el teleaprendizaje de niñas y niños. Si en casa existe un espacio privado, este generalmente es usado por el hombre, mientras la mujer comparte la mesa del comedor con los niños para trabajar. Las inequidades sistémicas de género han aumentado y se han agravado durante la pandemia. De acuerdo con el artículo “Depresión en México en tiempos de pandemia”, publicado por investigadores del Instituto de Investigación para el Desarrollo con Equidad (Equide) de la Universidad Iberoamericana, las mujeres reportan casi el doble de casos de depresión frente a los varones; además, en los sectores menos favorecidos de la población alcanza el 39 por ciento, siendo, además, que la mayoría de este grupo no recibe atención médica.
Asimismo, la agudización de los trastornos mentales se debe a la sobrecarga mental, los distintos tipos de violencia ejercida en contra de ellas, la vulnerabilidad a la que están expuestas, así como una cultura machista y de inequidad que ha crecido dentro y fuera de casa. Desgraciadamente y de acuerdo con María Elena Medina-Mora, directora de la Facultad de Psicología de la UNAM, el 75% de quienes enferman en el rubro mental no recibirán tratamiento. Además, tal como lo manifestó en la conferencia “Importancia de la salud mental durante la pandemia”, el costo social de los trastornos mentales resulta importante, ahora más que nunca, porque se trunca la educación, se incrementa el desempleo y el ausentismo, y se percibe la pérdida de productividad.