“La vida metropolitana no se puede concebir sin todas sus actividades y relaciones organizadas y coordinadas de la manera más puntual en un cronograma fijo”: aseguró Georg Simmel en su icónico ensayo La metrópolis y la vida mental —estas reflexiones fueron pronunciadas originalmente como parte de una serie de conferencias en la ciudad alemana de Dresde—. Aunque fueron escritas en 1903, sus palabras podrían ser un diagnóstico de la actualidad; el hecho de que aún resuenen nos habla de una preocupación constante por el impacto del urbanismo en nuestras vidas desde el surgimiento de las grandes metrópolis de acero y concreto. En su análisis de la relación entre ciudad y ciudadanos, el sociólogo alemán anticipó muchas de las problemáticas que hoy nos aquejan, desde cómo se vive el tiempo en una urbe hasta la deshumanización que ésta genera, una cuestión que cobrará fuerza a partir de la irrupción de los rascacielos en el paisaje citadino.
A partir de la década de los 20 del siglo pasado, la furia por el progreso y la modernidad tuvo como consecuencia la idealización de una ciudad-máquina, impulsada por figuras como Le Corbusier. Su utopía de cielos atravesados por vigas y grandes vías que separen la vida doméstica de la laboral, se convirtió en lo natural alrededor del mundo. Sus efectos en la vida de los habitantes de esas ciudades las convirtió en un enemigo a vencer, pero, curiosamente, ambas posturas tienen un factor en común: las pandemias. Fue la experiencia de confinamiento durante la epidemia de influenza española lo que llevó a Le Corbusier a proponer nuevos sistemas que, a través del reordenamiento urbano, impidieran la propagación de las enfermedades. Cien años después, la pandemia de COVID-19 ha dado un renovado impulso a las ideas que desafían su modelo.
“La ciudad de los 15 minutos” es uno de los conceptos que, si bien lleva años desarrollándose, ha cobrado particular relevancia a partir de la pandemia a la que el mundo fue arrojado en 2020. Carlos Moreno, el urbanista colombo-francés detrás de esta idea, identifica al tiempo como una de las mayores problemáticas de las ciudades contemporáneas. Como lo indica su nombre, Moreno propone reconfigurar la planeación urbana de manera que quienes habitamos las ciudades sólo tengamos que desplazarnos durante un cuarto de hora para encontrar todo lo que necesitamos (trabajo, ocio, provisiones…). Al reducir las distancias a trayectos caminables o fáciles de realizar en bicicleta, la ciudad de los 15 minutos también supone un cambio de paradigma hacia lo ecológico, lo cual disminuye las emisiones contaminantes de automóviles y transporte público.
Así, el impacto en la salud de las personas se vuelve doble: por un lado, mejora la calidad del aire que respiramos y, por otro, mejora nuestra calidad de vida al reducir el estrés generado por tener que desplazarnos largos trechos en nuestro ir y venir cotidiano. De lograrse, esta urbe de cuarto de hora sería multicentral, con pequeños microcosmos cuasi autónomos.
El cronourbanismo —la preocupación por el tiempo en el espacio urbano— es central al trabajo de Moreno; pero la idea de proximidad que plantea no sólo es una cuestión de desplazamiento, sino de relaciones humanas. Se trata de la cercanía como un tema espacial, pero también emocional. Sobre todo ahora que hemos tenido que confinarnos en casa, el sueño del cuarto de hora se ha vuelto prácticamente una realidad.
El temor al contagio nos ha obligado a trabajar de forma remota y eso ha generado una mayor conciencia sobre lo local: estamos consumiendo lo que tenemos a la mano y nuestro esparcimiento se da en nuestro entorno más próximo. Esto tiene impactos positivos visibles en el medio ambiente, pero además ha dado como resultado un mayor sentimiento de solidaridad. Esto también es fundamental para la propuesta de Moreno, quien afirma que sólo así podemos combatir los sentimientos de soledad y sufrimiento que a menudo acompañan la vida en la ciudad. A su vez, la reconstrucción de esta solidaridad vecinal y comunitaria nos lleva a otro concepto de vital importancia para el planteamiento de Moreno: la topofilia, o el amor por el lugar. La propuesta del colombo-francés es que, en la medida en que logremos construir ciudades de cercanía física y emocional, se reforzará el sentido de pertenencia al barrio en el que vivimos.
Todo esto ha convertido a la ciudad de los 15 minutos en un modelo de resiliencia ante la pandemia. París ha sido punta de lanza en este sentido, con la alcaldesa Anne Hidalgo tomando las ideas de Moreno como su bandera. Entre las intervenciones planeadas, se encuentran la peatonalización de las calles y la creación de más carriles para bicicletas, la construcción de quioscos ciudadanos que fomenten la convivencia en el espacio público y el impulso a la agricultura urbana. Si bien Hidalgo ya lo había propuesto para su campaña de reelección previa a la COVID-19, lo cierto es que ésta le dio mayor inercia.
Lo mismo ha sucedido en Barcelona a través de las súpermanzanas, propuesta desarrollada por el urbanista catalán Salvador Rueda. En 2018, su ciudad natal puso en marcha un proyecto piloto de acuerdo a sus planteamientos en la zona de Poblenou. Se crearon grupos de cuatro manzanas cerrando el flujo de automóviles en sus calles internas de manera que éstos solo pueden circular en las vías principales que las rodean. Al poco tiempo, el asfalto por donde otrora circulaban coches se convirtió en un lienzo para artistas urbanos, un estudio de yoga comunitario o un área de juegos infantiles. Al dar prioridad al peatón, también se aumentaron las áreas verdes y disminuyó el ruido. A pesar de haber sido criticadas en un principio, las intervenciones llevadas a cabo en Barcelona han suscitado un debate sobre la urbe del futuro, desafiando viejas nociones sobre movilidad y proponiendo nuevas formas de hacer ciudad que van más allá de solo desincentivar el uso del automóvil. Ahora que nuestro contacto debe ser al aire libre y con sana distancia, la idea de hacer de las calles verdaderos centros de reunión y esparcimiento podría ser el camino para las ciudades pospandemia.
Hablar de ciudades sin un solo centro económico y social, que permita a todos sus habitantes cubrir sus necesidades a un cuarto de hora de su hogar es, sin duda, la única respuesta para las problemáticas de urbes como la nuestra; sin embargo, son las grandes metrópolis como Ciudad de México donde parece más remota la posibilidad de lograrlo. La desigualdad social y los intereses económicos son los mayores retos en contextos como el latinoamericano, pero es probable que pronto tengamos que subirnos a la ola de los 15 minutos: no parece haber otro camino posible en ciudades que están a punto de desbordarse.