En México, las viviendas son tan diversas como las familias que las habitan. Es difícil imaginar un sólo concepto de vivienda porque todos conocemos estos espacios que se han adaptado a lo largo de los años a diferentes situaciones, desde el número de habitantes hasta la incorporación de espacios de trabajo o de salones de clases a un mismo entorno.
En este sentido, en 2018 la arquitecta mexicana Tatiana Bilbao, declaró (casi a manera de predicción) en una entrevista para The New York Times que: “Estamos empezando a diseñar con las personas y pensando cuáles son sus necesidades, no en términos de un dormitorio, baño, cocina, inodoro y lavabo, sino en términos de cuáles son las necesidades de la vida real, cómo deben ser las áreas de descanso, las áreas de retiro, las áreas de exposición, las áreas de intercambio íntimo, el intercambio menos íntimo con la familia”.
Pero, para empezar, ¿qué significa vivienda en México?
De acuerdo con el artículo 4° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos: “Toda familia tiene derecho a disfrutar de vivienda digna y decorosa”.
Por su parte, la Ley de Vivienda determina que “Se considerará vivienda digna y decorosa la que cumpla con las disposiciones jurídicas aplicables en materia de asentamientos humanos y construcción, salubridad, cuente con espacios habitables y auxiliares, así como con los servicios básicos y brinde a sus ocupantes seguridad jurídica en cuanto a su propiedad o legítima posesión, y contemple criterios para la prevención de desastres y la protección física de sus ocupantes ante los elementos naturales potencialmente agresivos.”
Esto significa que el Estado mexicano tiene la obligación de respetar, proteger y desarrollar acciones que permitan a las personas disponer de una vivienda adecuada, su adquisición no debe ser excesiva, de tal manera que las personas puedan acceder a un lugar donde vivir sin comprometer la satisfacción de otras necesidades.
Sin embargo, en nuestro país eso está lejos de suceder, pues de acuerdo con el reporte “Estado Actual de la Vivienda en México (EAVM) 2019” de la Sociedad Hipotecaria Federal, en ese mismo año la asequibilidad de vivienda mostró una caída de 6.8%, lo que implica que al cierre del año fiscal solamente un tercio del mercado hipotecario fuera accesible con respecto al ingreso promedio anual. Según el mismo reporte, la demanda estimada de financiamientos para 2020 era de 851 mil 100 soluciones de vivienda, atendiendo a 3.3 millones de personas. Además, revela que los estados de mayor demanda de vivienda eran: Ciudad de México, Nuevo León, Chihuahua, Estado de México y Jalisco.
Lo anterior, sin duda, ha contribuido a que en la CDMX los precios de la vivienda hayan tenido un aumento significativo, incluso muy por encima de los precios que existen en el resto del país. De acuerdo con el Reporte del Mercado Residencial CDMX 2019 del portal inmobiliario Lamudi, hasta 2019 la media era de $4,017,532.00 contra $8,057,000.00 tan solo en la Ciudad de México.
Los distintos tipos de vivienda
No obstante, para un análisis profundo de la vivienda en México, hay que reconocer que existen distintos tipos de vivienda que se clasifican según la función que tienen.
Comenzamos con la vivienda formal, que a grandes rasgos, es la que se desarrolla por particulares privados y se ubica en suelo urbano. Su característica esencial es la seguridad en la tenencia de la tierra, que es construida con licencias y permisos, estructuralmente segura, cumple niveles de habitabilidad como espacio, seguridad estructural, iluminación, ventilación, agua potable e instalaciones sanitarias y de energía de acuerdo a reglamentos de construcción; cuenta con servicios urbanos básicos como agua, drenaje, electricidad y vialidad. Edificada en un entorno urbano habitable con equipamiento urbano accesible de educación, salud, comercio, recreación y trabajo.
De la misma forma observamos que la vivienda institucional tiene las mismas características que la anterior, con la distinción que es promovida y gestionada por las Instituciones de Vivienda Oficiales. Por su parte, la vivienda informal es desarrollada por las propias familias en procesos de autoconstrucción, autoproducción y/o autogestión. Se encuentra ubicada en suelo no urbanizable, de preservación ecológica, en zona de riesgo natural o socio organizativo, sin seguridad en la tenencia de la tierra y no cumple con los requerimientos de las anteriores.
Contrario a lo que se puede creer, existe también la vivienda rural, que está edificada en un entorno rural de producción agropecuaria, con poca accesibilidad a los servicios urbanos básicos. Se encuentra ubicada en suelo rural, puede ser ejidal, comunal o centro de población agrario, con población menor a 10,000 habitantes, con seguridad en la tenencia de la tierra por ser poseedores, que es estructuralmente segura, cumple niveles de habitabilidad mínimos que son espacio, seguridad estructural, iluminación, ventilación y no siempre con instalaciones sanitarias y de energía de acuerdo a reglamentos normas internacionales, en general no cuenta con los servicios urbanos básicos: agua, drenaje, electricidad y vialidad.
Hay que destacar que la vivienda rural en México es considerada esencial para la arquitectura moderna, ya que es parte de la riqueza con la que cuenta nuestra cultura, pues combina las actividades tradicionales que cotidianamente realizan sus habitantes, así como la necesidad de un refugio y la convivencia con su medio ambiente. Este concepto de vivienda rural va muy de la mano con los proyectos de humanización de la vivienda que Tatiana Bilbao se ha esforzado por regenerar ya que se construyen a partir de una visión que además de considerar lo formal, realiza un análisis antropológico del uso de los espacios.
Un ejemplo de ello es la casa maya, que consiste en una vivienda de planta oval construida de madera y piedra, con techos a dos aguas de palma de guano, la cual ejemplifica una solución fundamental de vivienda mínima, adaptable, crecedera y realizada con sistemas constructivos y materiales de acuerdo con las características de la región.
En la actualidad, la vivienda maya tradicional ha sufrido pocos cambios desde sus orígenes, pues sigue conservando sus características arquitectónicas. Gracias a los materiales con los que se construye se adapta fácilmente a las necesidades de sus habitantes, pues es fresca cuando hace calor y cálida durante el invierno. Tampoco requiere de aire acondicionado, pues los techos están fabricados con palmas, lo que le permite conservar la frescura en el interior de toda la casa.
Su estructura no sobrepasa los 60 grados, lo que fomenta el escurrimiento de agua; además es tan fuerte que puede resistir los efectos de los vientos huracanados. Por lo general, en las casas mayas no se colocan ventanas, pero sí dos grandes marcos para las puertas, justo en el centro por ambos lados, lo que permite una circulación tanto del aire, como de los habitantes, así como una entrada de luz bien distribuida.
En algunos pueblos se conserva la costumbre de construir estas casas de manera comunitaria: todos fincan para todos. Este tipo de edificación se desarrolla siempre en torno a espacios abiertos y con una identidad común.
Finalmente, también se cuenta con la vivienda rural indígena, que es desarrollada por las propias familias en procesos de autogestión y autoproducción comunitaria. Se encuentra ubicada en suelo rural primordialmente en comunidades indígenas, puede ser ejidal, comunal o centro de población con población menor a 10,000 habitantes, con características étnicas de usos y costumbres, cumple con los niveles de habitabilidad tradicionales, generalmente sin los servicios urbanos básicos ni el equipamiento urbano primario.
Entonces ¿qué está sucediendo con la vivienda en nuestro país?
Uno de los temas más relevantes en cuanto a vivienda mexicana se refiere es que los diversos instrumentos financieros con los que se puede contar para adquirir una vivienda están enfocados, principalmente, en la población derechohabiente del INFONAVIT, el FOVISSSTE, PEMEX o del Fondo Nacional de Habitaciones Populares.
Desafortunadamente, esta situación excluye tanto a las personas que laboran en el sector formal, pero que tienen ingresos limitados, como a las que laboran en el sector informal y a los que acceden a la vivienda a través de arrendamiento, así como a aquellos que construyen su vivienda en un lote familiar. Los programas con los que se cuentan para el subsidio han sido una respuesta favorable a la falta de asequibilidad de la vivienda; aún así, no se ha logrado garantizar el derecho a una vivienda adecuada ya que están supeditados a un crédito hipotecario, como es el caso del INFONAVIT.
Adicionalmente, la mayoría de los programas de subsidio se han enfocado principalmente a incentivar la construcción de vivienda, cuando el rezago habitacional se concentra en las necesidades de autoconstrucción, ampliaciones y remodelaciones. Incluso, del total de los subsidios entregados por la Comisión Nacional de Vivienda (CONAVI) entre 2013 y 2018, 66% fueron dirigidos hacia la adquisición de vivienda nueva.
¿Cómo debería de ser una vivienda?
De acuerdo con la definición universal de ONU-Habitat, la vivienda adecuada está reconocida como un derecho en los instrumentos internacionales incluidos la Declaración de los Derechos Humanos y el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales. La vivienda adecuada debe proveer más que cuatro paredes y un techo. Las condiciones que se deben cumplir para considerarse una vivienda adecuada son:
- Seguridad de la tenencia: Condiciones que garanticen a sus ocupantes protección jurídica contra el desalojo forzoso, el hostigamiento y otras amenazas.
- Disponibilidad de servicios, materiales, instalaciones e infraestructura: Contempla la provisión de agua potable, instalaciones sanitarias adecuadas, energía para la cocción, la calefacción y el alumbrado, así como para la conservación de alimentos y eliminación de residuos.
- Asequibilidad: El costo debe ser tal que todas las personas puedan acceder a ella sin poner en peligro el disfrute de otros satisfactores básicos o el ejercicio de sus derechos humanos. Se considera que una vivienda es asequible si un hogar destina menos del 30% de su ingreso en gastos asociados a la vivienda (ONU, 2018).
- Habitabilidad: Son las condiciones que garantizan la seguridad física de sus habitantes y les proporcionan un espacio habitable suficiente, así como protección contra frío, humedad, calor, lluvia, viento u otros riesgos para la salud y peligros estructurales.
- Accesibilidad: El diseño y materialidad debe considerar las necesidades específicas de los grupos desfavorecidos y marginados, y de personas con discapacidad.
- Ubicación: Debe ofrecer acceso a oportunidades de empleo, servicios de salud, escuelas, guarderías y otros servicios e instalaciones sociales, y estar fuera de zonas de riesgo o contaminadas.
- Adecuación cultural: Respeta y toma en cuenta la expresión de la identidad cultural.
Cabe mencionar que ONU-Habitat estima que, al menos, 38.4 % de la población de México habita en una vivienda no adecuada; es decir, en condiciones de hacinamiento, o hecha sin materiales duraderos, o que carece de servicios mejorados de agua o saneamiento.
Tomando en cuenta los siete elementos de una vivienda adecuada, debemos precisar que actualmente, la demanda de vivienda adquiere un matiz de mayor relevancia, pues no basta verla como una simple estructura en la que habitamos, sino que sea un espacio digno que responda a las diferentes necesidades de cada familia.
En este rubro es muy importante mencionar a la nueva generación de arquitectos mexicanos cuyas propuestas ayudan a transformar sociedades, tal es el caso de los proyectos de Bilbao, que se han esforzado por regenerar espacios para humanizarlos como una reacción al capitalismo global, abriendo nichos para el desarrollo cultural y económico.
Desde el proyecto de vivienda familiar flexible que se puede construir por menos de $8,000 dólares presentado en la Bienal de Arquitectura de Chicago en 2015, Tatiana Bilbao ha diseñado complejos de viviendas asequibles en Ciudad Acuña, Coahuila, y Chiapas, México.
Su acercamiento al tema de la problemática de la vivienda la ha impulsado a reflexionar en torno a lo que implica no solo el diseño ni la planeación de una casa o un conjunto de ellas, sino establecer sus límites: dónde comienza y dónde termina una vivienda.
La crisis de la vivienda en la era COVID-19
Aunque la crisis económica global ha dejado una huella muy mala, en estos meses y desde al año pasado, ha surgido un boom inmobiliario en muchos países del mundo, por ejemplo en Turquía, Filipinas o Alemania, países en los que el precio de la casa habitación se disparó en el segundo trimestre de este año, según un análisis elaborado por la firma Global Property Guide. En ese ranking global de aumento en el valor de las viviendas, México ocupa el lugar 15 y el primero en América Latina, mientras que Estados Unidos ocupa la posición 16.
Como en toda recesión hay ganadores y perdedores, y en este panorama mientras algunas familias temen quedarse sin un techo, otras que contaban con ahorros o que no han perdido su trabajo, están comprando casas, ya sea como inversión o para habitarlas, convirtiendo esta demanda en un fenómeno que refleja la desigualdad social que se ha vuelto aún más evidente con la crisis.
Este auge inmobiliario en algunas zonas del planeta se produce mientras las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) hablan de una contracción económica global de 4.9% para este año 2021, y así no dejan de escucharse historias de familias que no pueden pagar sus hipotecas o sus rentas.
La transformación de la vivienda post-COVID: una visión al futuro
Ahora, con una mirada fresca, durante el ciclo “La arquitectura y la ciudad post-COVID”, llevado a cabo por El Colegio Nacional en julio de 2021, Bilbao comentó: “Es vital que entremos en una discusión estructural y política: nos toca no solo imaginarnos la ciudad, sino posibilitarla y, sobre todo, defenderla. La ciudad es el resultado de la necesidad y del deseo, las ciudades existen porque, sin duda, son el lugar de encuentro, de oportunidad, de conocimiento, de productividad, de intercambio cultural, pero existen porque los seres humanos nos necesitamos el uno al otro para existir.”
Cuando la arquitecta menciona que “la casa es un componente arquitectónico fundamental, no solo estructura nuestra vida cotidiana, sino que ha definido la relación de nuestro cuerpo con el espacio y con otras personas: la casa, hoy, es el espacio dicotómico entre la producción y la existencia. Es un lugar altamente cuestionado y manipulado por fuerzas sociales, políticas y económicas”, quiere decir que este espacio debe permitir otras formas sociales, debe dejar de ser el refugio del trabajo para convertirse en el santuario del cuerpo, el lugar central de la atención y el cuidado, donde el trabajo doméstico y reproductivo se enaltezca al estar socializado y poner como centro al cuidado como el valor fundamental de la existencia del ser humano.
“La casa se determina por las relaciones del cuerpo con el espacio en el entendimiento de la escalabilidad de las relaciones: se vuelve un espacio entrelazado, en donde el espacio común, aquel que no es público ni privado, es el dominante: una casa que no tiene etiquetas, que no dice cuál es la recámara, la cocina o el baño; una casa que no se etiqueta, que respeta y admite las formas de cualquier individuo o comunidad.”
A más de un año de que comenzó la pandemia por COVID-19, podemos estar seguros de que los espacios seguirán transformándose y adaptándose a lo que la gente necesite. Si algo hemos comprobado en estos largos meses es que somos resilientes y que hemos sabido adaptarnos no solo a los cambios sociales que trajo la pandemia consigo, sino a los espacios en los que vivimos y convivimos.
En una entrevista realizada por Grupo Arca, Tatiana Bilbao menciona que “...sí cambiará radicalmente cómo se gestiona y se construye una ciudad, desde cómo se programa y se piensa… Me parece muy interesante el replanteamiento que va a surgir de ciudad de manera forzada, que tal vez ya se venía planteando y ahora se acelera con la situación”.
El mercado inmobiliario y de construcción también tendrá que adaptarse ya que de esta adaptación, dependerá su éxito en la era post-COVID. A partir de ahora la manera de proyectar y construir las ciudades cambiará, no solo en el ámbito de la casa habitación sino en los edificios de oficinas. Sin duda, como sostiene Tatiana Bilbao, las ciudades y viviendas acabarán respondiendo a las necesidades reales de la sociedad.