Por STAFF ENTORNO Y FUTURO | 12/9/2022
En 1810, el grito de Dolores dio inicio a la Independencia de México. Habían sido casi 300 años de colonialismo español y los mexicanos necesitaban tomar las riendas de su territorio. Era urgente que pudieran intervenir en la solución de las problemáticas y crear una nueva nación.
Actualmente, existe una tendencia mundial que propone ciudades independientes; es decir, gobiernos estatales y municipales más autónomos.
Uno de los argumentos principales es que las ciudades poseen mayor conocimiento sobre las necesidades de sus habitantes que el gobierno nacional, que atiende a tantas poblaciones distintas entre sí. Por tanto, los gobiernos locales pueden ser más certeros, responder más rápido a contingencias y, así, lograr mayor impacto.
Se trata de una independencia consensuada con los gobiernos federales, muchas veces rebasados. Más que gobernar desde el centro, el planteamiento es regir localmente. Esto significaría poder tomar mejores decisiones para resolver los retos particulares de una localidad.
En México, las zonas metropolitanas se enfrentan a una realidad que las orilla a ser protagonistas de su propio curso y desarrollo. Por esa razón, existen los planes metropolitanos.
Ante un mundo cada vez más urbano, con ciudadanías críticas y demandantes, lo que se requiere son movimientos sociales horizontales.
De acuerdo con Enrique De la Madrid, director del Centro para el Futuro de las Ciudades del Tecnológico de Monterrey, México necesita una economía mucho más dinámica, con una mayor participación del sector productivo, además de un estado fuerte que ayude a regular el mercado y, sobre todo, más democracia.
“No debemos esperar a que los líderes nos digan cuáles son sus propuestas. Debemos ser los ciudadanos quienes posicionemos ideas y nos organicemos para que entiendan qué queremos y lo adopten”, expone.
“Una ciudadanía pasiva tiende a permitir gobiernos abusivos, con pocas ideas. Los ciudadanos activos alimentan gobiernos capaces; los fortalecen. La excesiva centralización no soluciona nada, más bien se vuelve un problema, por ello necesitamos más protagonismo de los municipios y estados”, agrega De la Madrid.
Ciudades en la Independencia
A principios del siglo 19, la población mexicana era principalmente rural. La zona urbana más grande de la Nueva España era la Ciudad de México, con cerca de 120 mil habitantes. Le seguían Puebla y Guadalajara, habitadas por alrededor de 40 mil habitantes cada una.
En entrevista con Ciencia UNAM, Alfredo Ávila Rueda, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, asegura que en Valladolid (Morelia), Querétaro o Guanajuato ya se realizaban obras de higiene, como el drenaje.
Sin embargo, en sitios como Puebla el conservadurismo de la iglesia impedía que los gobernantes siguieran esas medidas “ilustradas” de saneamiento. Las enfermedades empezaron a proliferar y una epidemia acabó con 25% de la población poblana entre 1813 y 1820.
El historiador relata que en 1821, cuando se consumó la Independencia, la Ciudad de México estaba muy dañada debido al sismo de Santa Mónica ocurrido un año antes. Entonces era una urbe rodeada de lagos, con canales que llegaban a ella y le conferían un mal olor.
La gran mayoría de la población era pobre. Vivía en vecindades de terratenientes o en casas de adobe, dice Ávila Rueda. En la periferia incluso habitaba chozas y cuevas.
Se considera que había un analfabetismo de 90% a nivel nacional. Sólo existían la Real Universidad de México, fundada en el siglo 16, y la Universidad de Guadalajara, abierta en el siglo 18.
Una larga historia urbanística
La tradición urbana en México es larga. De hecho, en su pasado prehispánico existieron ciudades-estado con grupos humanos que se sucedieron por cerca de 3 mil años.
Para Eulalia Ribera Carbó, autora de Las ciudades mexicanas en el país independiente, la de Independencia significó la suspensión de la primera revolución urbana moderna.
Desde su punto de vista, con la monarquía de los Borbones se había reorganizado la división territorial con intenciones de simplificación y control. Por ello, habían mejorado caminos, hecho obras hidráulicas y construido puertos, faros y fuertes.
“Después de 11 años de guerra, las ciudades mexicanas quedaron sumidas en un largo periodo que podríamos llamar de letargo urbanístico —escribe—. El empobrecimiento de las oligarquías y un ejército que durante muchos años absorbió cerca del 80% de los fondos del erario dejaron poco margen de maniobra”.
De esta forma, explica, los ayuntamientos hacían lo poco que podían para resolver las necesidades más apremiantes. Pusieron cierta atención en los servicios de agua, de alumbrado público, de pavimentación y limpieza.
“Justo es decir que esos trabajos iniciaban el funcionamiento de servicios municipales y políticas de reordenamiento urbano inspirados por el mismo aliento teórico que el de finales del siglo 18”, indica Ribera Carbó.
Aunque dicha etapa propició la supremacía de la Ciudad de México y el estancamiento de otras urbes, a partir de la década de 1940 volvió a acelerarse el proceso de urbanización.
Hoy, las ciudades que destacaron en la Colonia pertenecen a zonas metropolitanas o conurbaciones. Aun de diversas dimensiones, todas están inmersas en un constante proceso de expansión y transformación que implica retos específicos para cada una. De ahí la urgencia de gobiernos con autonomía y una democracia robusta que permita la participación ciudadana.