Las ciudades necesitan transformarse para hacer realidad una proveeduría inteligente y eficiente de servicios públicos, y una mejor planificación y gestión territorial. Esto con el fin de atraer valor y nuevas fuentes de ingresos, pero sobre todo para ponernos a nosotros, sus habitantes, en el centro del desarrollo de la ciudad.
Siempre se vincula a una ciudad inteligente con la aplicación de la tecnología más avanzada, pero esto no es necesariamente cierto. Una ciudad inteligente es aquella que mejora la calidad de vida de las personas y encuentra la mejor solución para los problemas públicos. Es aquella que sabe detectar las necesidades de sus ciudadanos y reacciona a ellas de manera preventiva, efectiva y eficiente.
El uso de la tecnología y las poderosas armas que nos ofrece facilitan en gran medida esta labor, pero no tiene sentido su aplicación si no cumplen con este objetivo. Aunque aún hay mucho camino por recorrer, se han dado pasos agigantados al poder transformar las interacciones de los ciudadanos en conocimiento para posteriormente saber aplicar ese conocimiento en mejorar nuestras ciudades.